¡Qué zarandeo! Pobre Elena, pensó Pepe. Tenía un pelambre tan lindo y una trompa colorada, era muy bonita. Sus bocas, que dulces, un poco gruesas, perfectas para…Y qué lástima que acabasen…Se estropeó. Tanto se contuvo que detonó su carga. ¿Acaso no debía él ¡Pepe! sentirse culpable ahora? ¿Tanto la había herido? Su herida podía ser en todo caso posterior ¿Habría sido Pepe el primero? Quizá solo jugó a la mojigatería para divertirse ¿Y qué? Aún así, sólo Pepe pudo ser el primero en impugnar la mamada. En efecto, sólo Pepe es el culpable de que Elena, tan buena, sea ahora prostituta ¡Dios mío! Pepe Iría al infierno y su alma se hundiría profundamente en una sentida paz, incapaz de soportar por más tiempo el terror y la culpa, hasta la eternidad. Pensó que la culpa era en definitiva un sentimiento absurdo y que de nada sirve atormentarse. Pepe no suele confiar en culpas pero las sufre, y aunque teme a la muerte y al suicidio, le vaporiza el abandono y la falta de amor, quizá no soportase que alguien le fuera a reprochar la prostitución de Elena. Acaso su gato le abandonase ahora. La culpa ¡Ay! Pepe trataba como podía de disimularla pero el peso que soportaba en su mano izquierda era insufrible, sujetaba una botella de Oporto cada vez más vacía, y en la otra mano su copa, la cuarta: le tomó un trago largo y le dejo el poso, por si acaso. Quizá el vino se acabase sin compartirlo, y eso que:
- Este es un vino para beberlo en compañía.
Habló Pepe Historias con un tinte de pesimismo en la voz, no era para menos, al oporto no le quedaban más de tres vasos.
(Esta es una historia corregida y confirmada por Pepe Historias - Todos los derechos reservados)
No hay comentarios:
Publicar un comentario