viernes, 2 de julio de 2010

A la atencion del Dr. Varonki

Me estoy cansando ya de estos ataques súbitos, terribles, que ni puedo explicar ni a duras penas entiendo. Dr. Varonki, le escribo desesperado, porque ya no hay droga que consiga templarme, ni consejo que me convenza. Hasta ahora he logrado mantenerme entero, aquí los pasatiempos son muchos, como también son muchas las horas en las que me encuentro solo, momentos en los que me hundo en ese vacío maligno, descomunal, que seguramente usted conoce mejor que nadie. Yo mismo he intentado maquillarlos con las firmezas que a caballeros como nosotros se nos presumen. No obstante, no es suficiente. Cualquier intento de permanecer a flote sirve para poco cuando uno comienza a desvanecerse. Y yo me desvanezco literalmente Dr., al pie de la letra.

He notado en las últimas fechas que han comenzado a fallarme algunos atributos tan sustanciales como el de la corporeidad o el de la permanencia a medida que desarrollo otros nada normales como la ubicuidad y la contingencia. Entenderá que esta situación no me es satisfactoria; si no me gusta estar donde no estoy, me complace aun menos ver lo que no quiero. De nada me sirve por tanto ocultarme o darme la vuelta, si cuando me refugio en el verano, en el alcohol o en las matemáticas, se me proyectan las guadañas desde los ojos sobre mi cama, e intuyo el presente, mucho peor que el futuro, pues en el mañana todavía encuentro un quejido de alivio. Vea, Dr. Varonki, que aun mantengo la esperanza de desaparecer con cierta elegancia. Hasta ahora casi ni se me ha notado la realidad de mi condición y creo, que aunque yo los veo a ellos, nadie sospecha todavía que me estoy convirtiendo en un sujeto omnipresente. Acaso sea ahora usted el único que lo sepa, solamente espero que esta vez me crea y me ayude. No estoy loco.

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