Pepe Historias atacó despiadado el teléfono y tiro de memoria, la suya, que es un listín telefónico, para invitar a una copa a la primera damisela que le contestara al otro lado del alambre. La primera dijo no, inevitablemente no. La botella estaba abierta y solo medio llena, así que tomó otra copa. Esta le supo a gloria. Pensó que comería algo. Entonces echó mano de su mejor menaje. Era una herencia que le habían regalado en el Banco Bilbao Vizcaya a su tía abuela por ingresar 300.000 pesetas del subsidio de viudedad. Ella siempre confió en que fuera regalo de bodas pero al morir súbitamente de una embolia, Pepe la tomó como ofrenda póstuma y guardo la vajilla, pues así lo hubiera querido la vieja, hasta que llegase el momento.
No había duda de que ese momento no había llegado. Aún así, sacó dos o tres platos, tres tenedores, tres cuchillos de sierra fina, tres de serrucho, cuatro cucharas, otro plato sopero, paleros del pescado y preparó un plato delicioso con pato, fiambre y pan caliente que el mismo coció en su horno. Tomo otra copa y dijo en voz alta:
- Este vino es para beberlo en compañía.
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