sábado, 26 de abril de 2008

Natalia Filipina

I

Menos de veinticinco. Podría ser prostituta. Eslava, ancha toda ella, y de ojos saltones azul añil. Agarrada de un prendedor rosa y plateado, dorado y fachoso, hortera, cuelga una cola larga, casi hasta el alba del coxis. Tiene dos tetas, como carretas, apretadas las dos, una contra otra, y sobre ellas reposa una cruz atada a un colgante, que seguro es de buen oro. Su altura, como ella, no hay duda, es soviética, de Rusia, como su nombre: Natassia Filippova.
La conozco en una sala de espera, nuestro primer encuentro, del que nunca hablaré a nadie, ni a nuestros hijos, es vibrante. Hablo yo primero y ella no contesta, vuelvo a hablarle:

- Le digo amiga si lleva mucho rato esperando – Estamos ella y yo solos en la habitación, esperando. Esta vez, siquiera me mira, me dirige una mirada cálida y amable y yo le devuelvo el gesto. Me siento a su lado, en todo caso, no puede llevar mucho tiempo esperando, tratándose de lo que se trata, fue una pregunta estúpida, habrán entrado antes que ella otros diez o doce y yo soy el último. Yo mismo que soy correcto y educado, urbano y atento, en un mal día, no le habría respondido. Pasa un tiempo en el que me adapto a la antesala, elijo una revista entre mil, una de hace tres meses, con Arguiñano en la contraportada, dice que “por la boca entra la salud y la enfermedad”. Vuelve a pasar el tiempo. Si vuelvo a hablarle pensará que soy un pelmazo o una especie de violador, acosador en salas de espera vacías; un vampiro chupóptero, parásito, gorrón, pegote. No puedo hablarle. Se me ha prohibido y no, si lo hago, quizá no le importe y ahora si me conteste. Salud o enfermedad o las dos, si abro la boca. La abro, en efecto, pero no emito ningún sonido más que el de un bostezo felino, grosero. Hablarle ahora sería un suicidio, mirarla es mucho más juicioso. Como dijo Platón, los ojos son el espejo del alma. Mi batalla bucal se traslada a la córnea. Suelto un ojo, atado ya desde hace un rato a la revista, y lo dirijo a sus piernas, las dos sensualmente imperfectas, largas, más gruesas a la altura de la rodilla, blancas. Mi polla se inquieta, su falda se inquieta, las piernas se mueven, se cruzan, una cubre a la otra. Registro una fogosidad turbulenta, mi mano inquieta toma nota temblorosa haciendo vibrar el papel de la revista. Veo a Paquirrín, que me sonríe y su cara, ya desconfigurada, se descoyunta aun más. Me alegro de ver a un cerdo en ese instante, sobre todo, a uno mayor. En la otra página, una foto del rey con sus nietos, él me mira proveyéndome de su consentimiento. Vuelvo a ella y a sus piernas, acaso porque en este juego de miradas quiera, cada vez más, darle protagonismo a mi mano izquierda, la pobre, que ya no soporta más el peso del papel. La meto en el bolsillo, también izquierdo, oculto bajo mi sobretodo. Suavemente comienzo a mimarme y no dejo de mirarlas, a ninguna de las dos, igual diestra que siniestra, soñando que son ellas y no mi mano las que se me frisan. Me atrevo, por fin, después de un par de instantes, ambos igual de eternos, a mirarle el rostro. Ella está impávida, no sabe que a su lado se sienta un maniaco enano y caprichoso que se masturba mirándole las piernas, ahora las tetas. Gimo por tres veces en las que cierro los ojos, cuando vuelvo a abrirlos, una mueca bufa me sorprende y me asusto. Ella grita sin voz, abre su boca, me asomo a ella para ver sus amígdalas, creo que ese buzón babeante ya no puede abrirse más, la mueca es ya una contorsión gimnástica, no tiene amígdalas. Saco la mano cochina de mi pantalón mojado y lentamente se la voy metiendo en la boca. Ella, pese a todo, sigue dirigiéndome la mirada cálida y amable del principio. Yo continúo devolviéndole el gesto. Creo que acabamos de enamorarnos.
Una voz eléctrica ha silbado en el altavoz de la sala, ahora vuelve a decir: “Natassia Filippova”. Con total tranquilidad, ella saca mi mano de su boca, que continúa abierta, coge su abrigo y su bolso con forma de centollo, se levanta y se va. No sin antes, en el umbral de la puerta, con el sol a su espalda, echar la vista atrás y dirigirme, supongo, la misma mirada de antes, que no veo por la contraluz. Yo, por si acaso, le devuelvo el gesto.
Espero a que me llamen, parece que tardan más de lo previsto normalmente, entonces la pregunta que le hice no era tan estúpida, entonces era ella estúpida o muda. Aprovecho para escribir lo que ahora escribo y después de media hora me llama la misma voz eléctrica.

- Jorge del Río Martín, Jorge del Río Martín.

Me voy.

II

- Jorge hola
- Hola
- ¿Cómo va todo?
- Va bien
- ¿Qué tal tu madre? ¿Está mejor?
- Bueno, no empeora, eso ya es bastante.
- ¿Qué tal la semana? ¿Has tenido algún problema?
- No.
- ¿Nada?
- No, nada, todo bien.
- ¿Quieres contarme algo?
- Bueno, sólo el otro día, en realidad no es nada, en la fiesta de empresa.
- Me dijiste que te habías comprado un traje para aquella fiesta.
- Si, un traje de pana marrón y una corbata verde.
- ¡Vaya! ¿Sabes hacer nudos de corbata? Yo nunca he sabido, mi mujer me los hace.
- No en realidad, vi por internet como se hacían. Yo antes no sabía.
- Pero ahora sí.
- Más o menos.
- ¿Y qué ocurrió en la fiesta?
- El jefe me eligió empleado del año, me invitó a dar un discurso.
- Enhorabuena ¡Qué bien! ¿Lo hiciste?
- Solo di las gracias.
- ¿Por qué?
- Por la angustia
- ¿Otra vez?
- Si
- ¿Cómo fue?
- Yo estaba allí, tan nervioso, que aunque no dijese nada a nadie, el corazón me latía más rápido. Y respire, como siempre me dices, pero me ahogaba al respirar. El oxígeno me asfixiaba. Y decidí mejor dejar de respirar. Así estuve dos minutos hasta que di las gracias.
- Pánico, otra vez.
- No sé. Luego me fui a una esquina de la barra del bar y bebí tres aguas, en vaso de whisky. Por lo menos todos pensarían que estaba borracho.
- Esa libreta que hay en tu mano, ¿Dónde la compraste?
- La compre en el rastro, aquel día, con Carmen. Escribo lo que me ocurre y lo que pienso.
- ¿Puedo?
- Si pero solo he escrito una cosa, ahora mientras esperaba. Es más un proyecto, como un diario

- Ella me contó algo diferente.
- ¿Si?
- Si, me dijo otra cosa. Dijo que ya estabas allí cuando ella llegó y que te hizo la misma pregunta que tú dices haberle hecho a ella. Dijo que te preguntó la hora tres veces y que ninguna de las tres le contestaste, que incluso escondiste tu reloj y que al final, cuando ella se fue, le dijiste que la amabas y que le pediste que se casase contigo. Además, ella no se llama Natassia Filippova y no es rusa aunque lo parezca.
- ¿Cómo se llama?
- Se acaba de ir, corre y pregúntaselo.
- No
- Hazlo y no vuelvas por aquí.
- La angustia, otra vez la angustia.
- Cágate en la angustia y corre.

III

Corro detrás de Natassia Filippova por las ceras de una calle fría y vacía, yo mismo me siento ruso y personaje de la novela de un ruso. La veo al fin doblando una esquina, me ve y se para. Me acerco a ella “Hola” “Hola” “¿Eres muda?” “No, ¿Y tú?” Me quedo mudo, alguno de los dos mintió en su historia. “¿Cómo te llamas?” “Natalia Filipina” Natalia Filipina es española y trabaja de intérprete para la embajada rusa en Madrid, me iré con ella de la mano, brincando en esta calle de color ruso traducido al castellano. Me casaré con ella en dos meses, dentro de once tendremos a nuestro primer hijo, veintiuno más tarde nacerá nuestra niña, nunca volveré al psicólogo, nunca hablaré con ella de cómo nos conocimos y nunca sabremos quién mintió, será Natassia Filippova, Natalia Filipina. Da igual.

2 comentarios:

antonieto dijo...

Yo no hubiera sabido qué hacer en el momento en que Natalia Filipina abrie la boca de esa forma. Es algo que me suele pasar, cuando alguien hace eso sólo puedo quedarme petrificado. Yo sincermante pienso que Jorge no debería dejar de ir al psicólogo, tiene que pensar que gracias a él se decidió a abordar a Natalia Filipina, por lo que le hizo bastante bien.

Desde aquí hago un llamamiento para una vuelta digna de Pepe Historias

Henryque dijo...

Por un momento pensé que estaba en un lupanar, por un momento pensé que era un masturbador exhibicionista, por un momento pensé que la violaba; finalmente descubrí que no era más que un pequeño gran depravado, como todos nosotros.