domingo, 27 de abril de 2008

El zapatu y la zapatiella


Madreña, mujer bienhechora y de casa, que había enviudado solo unos años antes, ya coleccionaba más de setecientas zapatillas, como ella, de andar por casa.

“Siempre muy curiosa vestida y tou pero les zapatielles eses no les soltaba” “Yera por el muertu, que i encantaben” “Madreña y Recaredo, Recaredo y Madreña ¡Señor! Vaya par, inseparables” “A ella al principiu veíasela mal, quedó tísica. Y nun quiero decir na porque ye amiga y muy buena muyer pero lo de ahora…Bueno, solo fai dos años” “Tres” “A mi paezme muy bien, que la vida ye corta”

Madreña salvó tres años de negro, el que hubiera llevado al nicho. También las zapatillas. Esto era un homenaje a Recaredo, el marido, al que solo llamaron así después de muerto. Antes, a los forasteros que preguntaban por Recaredo, les mandaban a casa de Recaredo Batalla, que era médico y veterinario, las dos cosas. El otro Recaredo: “el zapatiellu” o “el pantufla” era carpintero

“Unu buenu y honrau. La madera, si podía, cogíatela él de una caxa de lleva’l pescau sobrante o lo que fuese y facíatelo ehí” “Muy diestru, como pocos, yera un artista”

Cuando “El zapatiellu” se fue, Madreña quiso marchar con él pero se quedó, para honrar al muerto. Recaredo siempre con sus zapatillas, Madreña lo mismo.

Al tercer año de la muerte, fue un poco más allá de les Mestes, fue a la Villa: a la carnicería. En la carnicería había un carnicero y el carnicero se enamoró de Madreña. Con todo, de negro y en zapatillas, tenía unos ojos preciosos, ojos de haber sido preciosa. Y no es que fuera verdad pero para Pedro, “Pedrote”, era lo mismo.

Madreña volvió a la carnicería y “Pedrote” floreaba a la señora lo que quería y más. Un día la invitó a un baile. A “Pedrote”, soltero de los de siempre, le encantaba el bailar. No durmió Madreña esa noche, pensando que decirle a “Pedrote” que era buen hombre y honesto. Le dijo que si, nerviosa, tanto como cuando Recaredo la rondaba.

Fueron al baile y les gustó a los dos y repitieron y volvieron al baile y bailando les pasaron los años en un amor aéreo, ligero como aquellos zapatos de baile que Madreña había empezado a usar. Las zapatillas dormían en la bodega y en su memoria, que no olvidaba al marido.

Entonces murió “Pedrote”, dijo Recaredo el médico que del último mal, que poco había que hacer.

“Probe muyer” “Era una fulana, vinoi en cuenta” “Ahí si que si vila mal. Al tal “Pedrote” quísolu tanto o más que a Recaredo”.

Y ahí Madreña, que ya no sabía a quien más querer, si a Recaredo o a Pedrote dejó de comprar zapatos y zapatillas. Y de haberla visto alguno de los que ahora leen, habría sido descalza. Ya en las últimas, la mujer sangraba en los pies y rezaba a Recaredo y rezaba a Pedrote para que la liberasen de su amor.

Su último día Madreña amaneció sabiendo que era el último y que a un funeral, y más al suyo, no podía ir con pies descalzos. Lloró como cada mañana, cuando no sabía que calzado elegir, cuando de miedo que tenía a que la mirasen desde arriba, echaba la vista al suelo.

En esto apareció Recaredo, entró y se sentó en la que fue su cama, junto a Madreña. Y ‘Pedrote’…’Pedrote’ lo mismo pero al otro lado. Madreña, la pobre, ni se movió; miraba el mundo, que estaba a sus pies. Dijo Recaredo:

- Mujer, no llores. Pon los zapatos si te hacen feliz

Pedrote, bueno de veras, insistió en lo contrario – Yo aquí estoy de más. Pon las zapatillas – Se fue por donde vino y entonces a Madreña le pudo el llanto.

Recaredo no se permitía verla hundirse, menos en el último día, que había de ser tranquilo: quieto y calmoso para poder irse en paz. Volvió a la carpintería, intacta pero cubierta por el tiempo de un polvo amarillento. Construyó unos zapatos de madera, pasmosos y desatinados, obra propia de un perturbado y sin más utilidad que la de su consumación primitiva: encajar las zapatillas de Recaredo en los zapatos de Pedrote.

Los dejó sobre la cama y Madreña los vistió sobre las zapatillas. Cuando volvió a caminar Recaredo la sonreía, Pedrote la invitaba a un baile. A los dos les devolvió el gesto y entonces durmió para siempre. Para siempre con sus madreñas.

2 comentarios:

Sally Hayes dijo...

Esta extraña casuaalidad de la vida en la que yo me hago un blog porexpresodeseopaterno el mismo día que tu decides revitalizar el tuyo porexpresodeseodeunodelosnahuelesquehabitan en ti, me ha traido a esta historia sobre madreñas de Asturleolandia, para decirte que, mi abuelo el que se inventaba historias, me hizo unas muy pequeñas, cuando todavia nadie se reia de mis manos, y desde entonces me parecen el mejor calzado que inventó el hombre ( y la mujer, noy voy a fallar a mi afición).

Luis Tenenbaum dijo...

llegó la hora de los blogs?