viernes, 20 de agosto de 2010

Reproducción corregida y comentario de un texto que escribí en Marzo de 2007

“Habiéndome convertido yo en una clase de cernícalo urbano, considerando todo lo avaro y lo ciego, lo miserable y lo injusto, cada cuita y revés, las madrugadas despierto hasta el alba, el tufo acre de las paredes, las cenizas, los baños termales, un sueño erótico, impotente, pero ardoroso y caliente, las complicaciones de lo cerrado; considerando mi casa, sus límites imprecisos, su puerta imposible, la piel: suave y flexible; considerando lo bueno y lo malo; considerando mi estado penoso, que vivo sin luz, sin una claraboya por la que amanezca o un ventanal por el que poder tirarme. Pienso en la soga y en el milagro de un péndulo.”

Pese a que se trata de un texto adolescente, con todos los achaques de un texto adolescente: ostentación innecesaria de vocabulario y de figuras simbólicas, imprecisión, falta de de sentido global del relato, predisposición al malditismo, tensa convivencia con el drama y el suicido, etc. No debiera pasarse por alto que en su esencia hallamos también algunas de las virtudes de un escritor inmaduro: sobre todo, su espontaneidad y transparencia. Podemos entender ahora por qué elijo este texto como clave para identificar las sensaciones de un joven, que pese a su palidez extrema, había renunciado a la luz. La pregunta que me asaltaba cada mañana, o corrijo, cada una de las veces en que me desperté desorientado, sin saber si era de día o de noche, también era esclarecedora: “¿Cuánto tiempo aguantaré en un lugar así, sin volverme al menos; completamente loco?”. Siguiendo el ejemplo de célebres reclusos y de otras monjas anónimas en estado “de clausura”, comencé a marcar en la pared un aspa por cada día que pasaba y al quinto uno que cruzaba a los cuatro anteriores en diagonal. Era un recurso pre-tecnológico y de utilidad discutible, lo reconozco, pero durante un tiempo estuve orgulloso de cómo mi pared iba emborronándose como un elogio a mi paciencia y a una forma de ver el mundo que entonces defendía: “el amor es el único deporte que se puede practicar en ausencia de luz. Yo aguanto, ya llegará”. Mientras tanto, se me ocurrió comprar un cactus.

No hay comentarios: