lunes, 26 de mayo de 2008

DISCURSO DE AGRADECIMIENTO DE UN HIJO PREDILECTO


A los periodistas de periódicos locales en pueblos asturianos de entre quince mil y diecisiete mil habitantes les pagan poco, pero siendo sinceros, tampoco trabajan mucho. Poco que cubrir: algún conflicto pastoril; los lobos, que se han ido o les han matado; las fiestas, de las que estamos muy orgullosos; muere alguien, de vez en cuando, no con demasiada frecuencia pues somos gentes longevas; una inauguración; unas actividades y cosas de esas, de las del ámbito local, todas muy sencillas, ninguna con alguna trascendencia. Así, sin hacer mucho, ayudando a quien pueden cuando pueden, en los muchos ratos libres que deja el negocio, viven los periodistas que trabajan en periódicos locales en pueblos asturianos de entre quince mil y diecisiete mil habitantes.

Yo vivo en uno de esos pueblos y siendo joven, quise ser periodista. Lo fui durante un tiempo lejos de aquí, de Asturias, y no me fue mal. Mejor aún, gané premios por los que cualquiera mentiría. Yo nunca mentí y no por principios, pues con los años, se demostró que carecía completamente de la facultad de distinguir lo bueno y lo malo; solamente, y a razón de esta carencia, nunca me hizo falta mentir. También es cierto, que casi nunca he dicho una verdad, que mis palabras no son falsas pero que tampoco son mías. Nunca he estado seguro de escribir una frase que antes no hubiera sido escrita, ni de hablar de algo con total propiedad. Solo me he aprovechado de utilizar bien el verbo de otros y las ideas, las mías, que nunca lo fueron. Escribo mucho y muy bien, como todo periodista que se precie, y lo hago además, sin saber casi de nada. Incluso ahora, que he vuelto a mi pueblo asturiano de entre quince mil y diecisiete mil habitantes, y me piden que escriba y lo hago, le temo hasta a un prólogo que un amigo me ha encargado para su novela, porque quizá ya se haya escrito, y es que estoy convencido de ya haberla leído antes.

Voy a dejar ese camino, este es mi último sainete. Mañana no tendré mucho que hacer, quizá algún lobo muerto o un reportaje sobre el ganado avícola. Seré periodista en un periódico local de un pueblo asturiano de entre quince mil y diecisiete mil habitantes y por fin escribiré sobre lo único de lo que estoy seguro: que aquí, en Tieno, la gallina pone un huevo casi todos los días y que por la alimentación, es de oro. Hoy me nombran hijo predilecto, al hijo de un granjero que no está seguro más que de las gallinas.

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